Cada ser humano tiene una evolución independiente, porque cada individuo toma sus propias decisiones de cómo vivir, pero estas decisiones repercuten en el entorno, aquí es donde la evolución se vuelve colectiva y así es como evoluciona un ecosistema. Entonces podemos decir que la evolución es una constante que nos ofrece un mundo diverso con muchos caminos por tomar, y cada día se va formando, transformando y construyendo paso a paso según las características que le damos los seres humanos. La evolución va dejando un rastro, una memoria o una evidencia, que nos muestra quienes fuimos, somos ahora y como seremos en un futuro.
Hasta el momento no hemos contemplado un factor supremamente importante en nuestros días: la tecnología, que en un principio evolucionaba con respecto a las necesidades planteadas por los seres humanos, pero hoy en día se han invertido los papeles y los seres humanos evolucionamos en pro de las exigencias impuestas por la tecnología. Lo que convierte a nuestro ecosistema en una sociedad tecnópata, completamente dependiente de ella. Esto nos lleva en gran parte a acelerar nuestra evolución y de todo aquello que nos rodea.
La pregunta ahora seria ¿la evolución posee un límite? ¿Y si lo alcanzamos que sigue? Y podríamos contestar que si hipotéticamente si para evolucionar necesitamos una serie de recursos limitados que podrían llegar a acabarse. ¿Pero si en medio de nuestra constante evolución encontramos la forma de cambiar esos recursos por unos de tipo renovables?
Tal vez sería mejor dejar de forzar tanto la evolución y permitir que continúe su curso natural. Dejar a un lado eso otros intereses que hacen evolucionar todo con mayor rapidez y detenernos un poco más a evaluar las consecuencias que esto conlleva, vivir el momento. Es cuestión de detenernos y fijarnos en esos pequeños detalles que en la cotidianidad y con el ritmo de vida que llevamos por lo general pasamos por alto.
Natalia Bernal - Laura Rodriguez - Camila Quintero
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